Satanismo e infierno en la fuerza del sino

En la quinta y última jornada de la obra del Duque de Rivas; Don Álvaro o la fuerza del sino, el pasado llama a la puerta del antiguo ofensor ahora reconvertido en fraile para ajustar cuentas, con la condenación eterna de la religión cristiana como trasfondo y castigo moral. 

Don Alfonso, segundo hijo del Marqués de Calatrava, aparece en el monasterio para cobrar su venganza con Don Álvaro, en razón de lo acaecido entre este y su familia años atrás, tras la deshonra de su hermana, y la muerte de su padre y su hermano. 

En este pasaje encontraremos pues, además de un final esperable para el conflicto que se ha desarrollado a lo largo de la obra, distintas referencias satánicas al averno, entendiendo este como pérdida de la gracia de Dios y condenación eterna, que podemos apreciar fácilmente en distintos fragmentos de la obra. 

Veamos algunos de ellos: 

¡Voy al infierno!


Con esta rotundidad acata finalmente Don Álvaro su preludio a la condenación, el camino que debe recorrer, sabedor de que pese a los continuos intentos de evitar su suerte, de redimirse, rechazando y desdeñando una y otra vez las humillaciones y acometidas contra su honor por parte de Don Alfonso, no le quedará otro remedio que verse reducido a las armas, al conflicto violento como única solución, y abandonar su retiro vital , modesto y alejado, retornando breve y violentamente a los frutos caducos de su antigua vida.





Las alusiones al infierno y la condenación eterna son constantes y repetidas a lo largo de toda esta escena, de forma muy temprana además, cuando desde la misma aparición de Don Alfonso, este da a entender a qué Padre Rafael desea ver exactamente, con estas palabras:


El del infierno. 


Por otra parte, las referencias de Don Álvaro al mismo infierno y su condición de condenado, son en un principio reticentes, pero conforme el conflicto crece y la sangre palpita, irán volviéndose cada vez más y más claras, hasta hacer presa de él:


Hombre, fantasma o demonio,
que ha tomado humana carne
para hundirme en los infiernos,
para perderme..., ¿qué sabes?...


Del mismo modo, contesta Don Alfonso en más de una ocasión deseándole la condenación eterna, si no por su espada, por destino: 


Y si, por ser mi destino,
consiguieses el matarme,
quiero allá en tu aleve pecho
todo un infierno dejarte.



Don Álvaro regresa con pasión a su antiguo orgullo en no pocas ocasiones, condenándose a sí mismo y a su rival a los fuegos del infierno:

¿Eres monstruo del infierno,
prodigio de atrocidades?

¡Muerte y exterminio! ¡Muerte
para los dos! Yo matarme
sabré, en teniendo el consuelo
de beber tu inicua sangre.


Así prosiguen su combate dialéctico, con referencias claramente contrarias al dogma cristinao, hasta que la acción se precipita, hiriendo de muerte Don Álvaro a Don Alfonso, pidiendo este una clemencia que no estaba dispuesto a dar. Don álvaro, arrepentido, se encamina en busca de la salvación de este, pero en su lugar encuentra a Leonor, que morirá en brazos de su hermano,Don Alfonso, que la apuñalará, creyendo así vengado el deshonor que de su familia ha hecho presa. 

Concluye por último Don Álvaro, ya más allá de toda salvación o perdón, aceptando su condición de demonio, ser infeliz que no alcanzará la dicha en vida, ni después de ella:

DON ÁLVARO.-   (Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice.) Busca, imbécil, al padre Rafael... Yo soy un enviado del infierno, soy el demonio exterminador... Huid, miserables.

Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción...!  (Sube a lo más alto del monte y se precipita.) 

De esta forma acaba Don Álvaro o la fuerza del sino, con su protagonista precipitándose hacia una eternidad
de fuego y azufre, una condenación eterna por la que corren ríos de sangre inocente vertida, por su mano o 
la de otros, haciendo imposible la redención del amor, o la salvación del olvido, rasgo muy típico y fácilmente identificable en la mayoría del teatro romántico.




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