La paz perpetua: el estado como forma de violencia

Pocas obras encerrarán un mensaje tan filosófico y de corte humanista, de completo análisis y entendimiento del ser humano, como el que nos ofrece el texto de Juan Mayorga en “La Paz perpetua”.



"La paz perpetua"


Basado a su vez en el célebre ensayo de Kant, “La Paz perpetua” es una alegoría, una representación magistral y cruda del miedo, del poder, de terrorismo, del estado y del individuo, de la violencia que generan los sistemas a través del miedo al que incitan al colectivo, la dogmatización no razonada y la manipulación flagrante, de los profundos temores que encierra el ser humano en pos de un beneficio personal; el poder por el poder. Es también la capacidad del hombre para desarrollar una crueldad desafectiva y sin límites, deshumanizadora, que consigue volver a un individuo contra otro, no diferente de él, convirtiéndolo en su enemigo con relativa facilidad, e incluso, lógica.

Enlace al CDN:

Centro Dramático Nacional

Mientras que en Bodas de Sangre o en Don Álvaro o la fuerza del sino, encontrábamos un fatalismo determinado, trágico, jerárquico, asentado en la dualidad del hombre y la mujer, y profundamente apegado a la cuestión del sexo, del género como inicio de la violencia, de la debacle social y mancha de la honra, en “La paz perpetua” vamos mucho más allá en cuanto a la gestación de la violencia se refiere, enfocándola no ya como trasfondo, sino como medio y fin en sí mismos, hasta la creación de un mundo de corte futurista en el que impera la violencia por la violencia y la predisposición del ser humano hacia el conflicto, la batalla, el odio o la muerte.


"La paz perpetua", edición del CDN


Problemas que son abordados desde un punto de vista epistemológico, entrelazando la metáfora física o representada, desde la simbología ontológica a grandes partes del decorado, las caracterizaciones de los personajes, o el propio texto, en una búsqueda interior del ser humano y su relación con dios y el resto de sus semejantes. Así, el escenario se transforma en un espacio para  la reflexión, para la meditación del problema en torno a la guerra eterna, al conflicto surgido de la pulsión humana.

Es esta una reflexión profunda, enfocada desde los distintos puntos de vista que puedan ofrecer John-John, Odín o Enmanuelle, y resulta especialmente útil, aunque no por ello menos oscura y angustiosa, caer en las oscuras profundidades del ser humano que representan estos tres personajes, estos tres perros avatares del hombre.



En mi opinión, la perspectiva que se ofrece al espectador, que llega a participar del drama como una cámara imparcial que juzga (y a la que se alude mediante el diálogo repetidamente, como esperando una respuesta por su parte, en lo que nos recuerda a otra gran obra de teatro y cine: “Doce hombres sin piedad” [en el enlace pueden acceder a la versión de la obra cinematográfica]), como si formara parte de ese jurado seleccionador e inamovible que forma parte de la tragedia, de forma brutal y descarnada. Hay poca esperanza, en un mundo frío y autoritario, en el que se pisotean los derechos, y que nos recuerda claramente a los estados policiales y absolutistas de obras como “1984” o “V de Vendetta [pueden ver los trailers en los enlaces de las adaptaciones al cine de libro y cómic respectivamente], sociedades monstruo, dictaduras encubiertas, violencia como única defensa, sociedades, decíamos, en las que se ha engullido al individuo y se ha desatado una carnicería sin fin, de forma fría, aséptica y razonada.



Un mundo feliz, de Aldous Huxley


Es en estos entornos, donde personajes como Enmanuelle son una rara avis, un individuo destinado a sufrir, un alma sensible que se niega a comulgar con el temor y el odio de la mayoría, que no encuentra un sentido real tras las palabras y pruebas que refrendan la violencia. Un individuo que se resiste a ser tragado por la maquinaria del sistema, que se cuestiona su forma de proceder, de pensar, de interactuar con ese mundo.

Algo que a menudo comienza con un simple pensamiento, un cuestionamiento de lo establecido. Un personaje que ve un precio altísimo en la venganza, en la violencia, en la deshumanización del hombre y la mujer. Un individuo que duda. Casi como en la representación teatral como decíamos, de “Doce Hombres sin piedad”, Enmanuelle actúa como el personaje del célebre Henry Fonda, pidiendo al espectador que reflexione junto a él, que medite, que sienta.



La obra teatral "Doce hombres sin piedad"


De ahí que Enmanuelle plantee problemas tanto a John-John o a Odín, al igual que hace con el espectador.

 Problemas como el teológico, como el de la relación entre perro y hombre (¿amo y vasallo? ¿Jefe y empleado?), entre perro y Dios, pero sobre todo, en la problemática y aparente sinsentido, de contestar a la violencia con más violencia.


Una pregunta para la que cuesta encontrar respuestas...

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