Al
respecto de los sentimientos y actitudes expresadas por el personaje de Don
Álvaro en la Jornada III de la obra Don
Álvaro o la fuerza del sino, podemos decir lo siguiente, parando tanto de la acción en sí misma, como de lo que esta significa:
La
escena tercera abre con un largo monólogo de Don Álvaro, semejante en tono y
retórica al pronunciado por el personaje de Segismundo en varias escenas de La vida es sueño de Calderón de la
Barca, con un discurso derrotista, airado y tortuoso, en el que el
protagonista reflexiona sobre el papel del hombre en el mundo, en un texto con tintes filosóficos, y más concretamente existencialistas, dónde mediante el
monólogo se interpela al espectador (y a los dioses), en una reflexión sobre el
sentido de la vida y la futilidad o vacuidad del hombre en ella, si bien la de Don Álvaro parte desde la desdicha del amor, mientras que la desdicha de Segismundo parte del drama mismo de haber nacido. Este paralelismo, no obstante, está presente en varias partes del monólogo, y puede apreciarse fácilmente en versos como los siguientes:
Y debe muy breve ser
La del feliz, como en pena
De que su objeto no llena,
¡terrible cosa es nacer!
De nuevo, muy semejantes a los que
pronunciara Segismundo respecto a la desdicha de haber nacido y el dolor de la
vida, poniendo en duda que merezca la pena emprender siquiera el viaje de la existencia, teniendo en cuenta los dolores, la violencia, y el miedo, que aguardan más adelante.
Encontramos un paralelismo aún más obvio en los siguientes:
y yo, que infelice soy,
yo, que buscándola voy,
no pudo encontrar con ella.
Mas ¿cómo la he de obtener?,
¡desventurado de mí!,
pues cuando infeliz nací,
¿nací para envejecer?
El
personaje se debate pues, entre el afán de vivir o el de abandonarse ante un
destino nefasto, que le ha colocado en una situación en la que difícilmente
hallará redención en el amor o la honra, aunque es todo lo que desea, siendo precisamente lo que mayor dolor le causa por estar fuera de su alcance, lo que le hace dudar del sentido que toda
vida pueda tener. Es curioso cómo el personaje crea este contraste entre
eternidad y brevedad, sufrimiento y éxtasis, comparando el mundo con una
cárcel, de nuevo, deudor de textos como el de Calderón, aunque también esté presente
en la mayoría del teatro romántico como una de las figuras arquetípicas del
héroe atormentado por el destino. Esta disyuntiva nos plantea una elección entre deseo y vida, resignación y muerte, como si el amor provocara la tragedia, y fuera el detonante de la violencia, de la muerte que viene propiciada por el poder del sistema jerarquizado.
Encontramos
también como decimos un reclamo evidente al teatro romántico, en el concepto del
amor como salvación final y cáliz redentor que enmienda todo mal. Podemos ver
un paralelismo evidente con el Don Juan Tenorio en Don Álvaro, en versos como
estos, en los que apela al amor como tabla de salvación y vida eterna:
Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor.
Por tanto, encontramos
una reflexión existencialista y filosófica, en el que el poder redentor del
amor, juega un papel principal, en un personaje que se siente marioneta de un destino que no controla, lo cual le causa un profundo daño.
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